La musicalidad de la historia. Un ensayo desde mi experiencia docente

Pasó tiempo ya desde que Fernand Braudel hiciera famosas sus tesis acerca de las distintas duraciones en la historia. El historiador francés de la segunda generación de Annales había puesto especial énfasis en la historia con perspectiva de longue durée (larga duración). Así, la constatación – que hoy pudiera parecernos sencilla o incluso obvia – de que en el proceso histórico no cambia todo al mismo tiempo produjo una marcada renovación en la historiografía francesa de los años 50 y 60 del siglo XX.

Por supuesto que el aporte de Braudel no se reducía a señalar la heterogeneidad del cambio histórico, sino que tuvo la virtud de conceptualizar ciertas regularidades en lo que concierne a los ritmos de cambio de las distintas esferas de la realidad histórica. Esa renovación impulsada bajo el paradigma estructuralista, desde luego, no se limitaría al campo historiográfico francés, sino que se difundiría rápidamente hacia otras latitudes, y particularmente en nuestro país a través de los aportes de Tulio Halperín Dhongui y la escuela renovadora.

La historia es compleja puesto que es inabarcable. En este sentido, la historiografía profesional intenta producir modelos explicativos que son por definición recortes, retazos de la realidad de un proceso implicado por múltiples variables, y por ende sujeto a constantes modificaciones; Michel Foucault lo denominaba poliedro de inteligibilidad histórica, con lo que buscaba dar cuenta de las infinitas aristas de un proceso sólo cognoscible a partir de una mirada estática en un contexto dinámico.

¿Cómo construir conocimiento histórico con estas limitaciones?

Fernand Braudel desterró para siempre la historia-relato unidimensional del campo de la disciplina profesional. ¿Pero cómo trasladar esa multidimensionalidad a la enseñanza en la escuela media? Desde mi experiencia como profesor de historia y ciencias sociales aprendí la necesidad de poner en práctica todo tipo de recursos que me permitieran acercarme al objetivo de generar un contacto con mis estudiantes; en líneas generales, procuraba establecer unas condiciones básicas de comunicación que abrieran un canal de transmisión de conocimientos. Entre esos recursos, la apelación a imágenes y metáforas propias del habla adolescente fue de los más utilizados.

Así, en el intento de transmitir esa visión compleja del cambio histórico, entre la marea del ritmo fáctico de lo político, las coyunturas socioeconómicas y las persistentes condiciones estructurales de la cultura, la geografía, las formaciones sociales y los modos de producción, la música sirvió como un puente sólido e ilustrativo hacia mis estudiantes. ¿Por qué?

Primero porque están hechas de la misma arcilla: el tiempo. Por ende, lo que definimos como “proceso histórico” no es más que un continuum inaprehensible del que tomamos un segmento A, siguiendo uno de sus hilos de desarrollo hasta un arbitrario segmento B, todas acciones sujetas al criterio (académico y consensuado, claro está) de investigadores e investigadoras. Ahora bien, la música también considera y da sentido a un fragmento temporal. No existe una obra musical infinita, o bien por definición esta sería irreproducible, al igual que la historia.

Segundo, porque las cualidades musicales pueden pensarse como metáforas aplicables a la comprensión y la inteligibilidad del cambio histórico. Abro un paréntesis para que se entienda mejor este punto. Cuando preguntaba en una clase si existía una relación entre la historia y la música, invariablemente la respuesta era siempre la misma: sí. Evidentemente había una intuición que conectaba ese lenguaje artístico con la comprensión y explicación de los cambios y permanencias de las comunidades humanas. Sin embargo, al preguntar por qué, prevalecía una actitud dubitativa.

Tras un breve silencio, alguien generalmente respondía que cierta música era propia de una época en particular. Por supuesto que la afirmación es correcta y así se los hacía saber. ¿Quién podría negar que Mozart o Beethoven suenan a otra época? ¿O que los cantos gregorianos evocan el espacio de una iglesia? De hecho, pude comprobarlo empíricamente a través de un ejercicio de audición en clase. Así, sin saberlo, los y las estudiantes señalaban la posibilidad de tomar la música como fuente histórica, una metodología aún no lo suficientemente explorada por la historiografía profesional. A veces alguien también respondía que cada música tiene su historia, lo cual evidentemente es cierto. Eso me daba el pie para plantearles – y exponer ahora – mi punto: “yo no pregunto sobre las cualidades históricas de la música, sino por las cualidades musicales de la historia”; entonces solían quedarse calladas y callados.

¿Y cuáles son las cualidades de la música?

La primera en surgir en clase fue, prácticamente en todos los casos, el ritmo. Rápidamente se trazaba así la relación entre las duraciones de los periodos históricos y las duraciones musicales. No todo cambia al mismo tiempo. Una de las máximas resultantes de los aportes de Braudel se plasmaba en el grupo de estudiantes. Advertían que en nuestro tiempo hay cosas que cambian a gran velocidad, otras más lentamente, y otras continúan igual desde hace siglos. De este modo entendían el sentido que da la perspectiva histórica, y por qué el presente hace variar la visión que se tiene sobre el pasado.

Las otras dos cualidades no siempre eran mencionadas por el grupo, lo cual no implicaba que, una vez enunciadas, no comprendiesen su sentido. Me refiero a la melodía y la armonía. A partir de estos tres aspectos del lenguaje y la teoría musical, lograba transmitir un sentido diferente – y me atrevería a decir más completo y profundo – de la comprensión histórica. ¿Qué sugiere la noción de melodía a la historia?

En música, la melodía suele ser la parte más fácilmente reconocible de una obra musical y la que le imprime su identidad. Esto se ve más claramente todavía si se trata de música popular. Cuando una persona quiere referirle a otra una canción, lo que hace es cantar o tararear una parte de una melodía, probablemente la más representativa. La melodía es lo que resalta y se destaca en una obra musical. En la historia, ese rol melódico pertenece a los grandes personajes protagónicos de la historia, especialmente los vinculados de alguna forma al poder político en clave masculina.

Porque si bien es cierto que en los últimos años ha habido una reivindicación de las mujeres en la historia, la historiografía más difundida ha tendido a completar el panteón histórico memorable como si se tratara de un álbum de colección. Lo criticable no es recuperar la vida de mujeres en la historia, sino la insistencia en pensar y explicar la historia como un relato con papeles protagónicos. En una composición compleja puede haber varias melodías, y es frecuente que a algunas les prestemos menos o ninguna atención, o que no recurramos a ellas para hablar de la obra; escucharlas, al igual que en la historia, se torna una decisión.

En relación a esto último, cabe considerar ahora la armonía. Si las melodías implican el protagonismo en la historia, la importancia, los roles destacados que han tomado por diversos motivos algunos seres humanos en un proceso histórico, la armonía es el contrapunto necesario e insustituible. Si escuchamos una linda melodía seguramente nos agrade, pero nunca será lo mismo que escucharla en su contexto musical completo, con todos los instrumentos musicales y las mejores condiciones acústicas. Aún así, nos será difícil identificar, nombrar eso que suena junto con la melodía, ya que para hacerlo se requiere conocimiento de conceptos específicos y, según la complejidad, una atención especial.

Una melodía aislada puede tener la virtud de invitarnos a escuchar más, pero por más bella que sea no será suficiente por si sola (salvo que se convierta en el refugio evocado de un alma conmovida, como un recuerdo), y si se repite hasta el hartazgo correrá el riesgo de perder su sentido artístico, de convertirse en jingle, en cliché, en música de espera telefónica. Por ello, la armonía en la historia la conforman todas las voces anónimas a las que nos referimos con conceptos tales como “contexto social”, “actor político colectivo”, “clase social”, “estamento”, entre otros, conceptos sin los cuales es imposible explicar y analizar las figuras protagónicas; podremos hablar de estas últimas, conocerlas, pero no entender su sentido histórico.

Sin embargo, esos conceptos adquirirían mayor peso en la medida que no sean utilizados como abstracciones deshumanizadas, sino como vidas con valor intrínseco y voz propia, amén del rol que voluntaria o azarosamente asuman en el conjunto. Por lo tanto, aplicar a la investigación y a la enseñanza la musicalidad de la historia es poner en consideración la interdependencia entre estas tres cualidades metafóricas, de tal modo que nos habilite a pensar y explicar un proceso vivo, del cual el presente nos puede brindar, no debemos olvidarlo, tan sólo un punto de vista y una perspectiva.

Prof. Román Andrés Armas.

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