Mientras transité la universidad, realicé al mismo tiempo mis prácticas docentes. La idea de ser profesor no fue inmediata apenas ingresé a la facultad, sino que fue madurando con el tiempo.
La intención inicial de cursar una carrera universitaria, en este caso la historia, era la de saber. La de incorporar conocimientos de algo que me gustaba. Luego, con el tiempo, me fui dando cuenta que la historia no era un cuentito. Que podía problematizarse. Que pueden hacérseles preguntas. Que puede debatirse. Que puede planteársela desde distintas visiones, enfoques e ideologías. Eso me abrió la cabeza de una forma notable.
Pero fue recién entre el segundo año y el tercero cuando realmente internalicé la posibilidad de ser docente. De estar frente a un pizarrón. Y frente a chicos de la secundaria.
Bastante más tarde llegó la prueba. La práctica docente. Ya para ese momento, sin embargo, tenía cierta experiencia en clases pero no dejaba de ser un desafío, puesto que era evaluado y era mi primera vez en una escuela pública.
La experiencia no fue nada fácil. Tuve que trabajar muchísimo, planificar mis clases, realizar actividades. El curso que me tocó no era muy numeroso. Pero incentivó a full mi creatividad, mi imaginación y activó mi potencial interior. Es algo muy especial lograr que los chicos puedan llegar a imaginar una época como, por ejemplo, los años 40.
Me fui acordando del nombre de los chicos y chicas, como también fueron acordándose del mío.
Después de todo, los chicos te lo agradecen.