Alguna vez, participé en un debate sobre los buenos y malos alumnos en la enseñanza musical. En esa oportunidad defendí mi teoría de que tales categorías no existen. ¿Cuál sería la norma para medir y juzgar la "calidad" de los alumnos? ¿Si practica en la semana los ejercicios y las obras que le enseñás en la clase? Escuché infinidad de veces decir que un estudiante que no practica, muestra desinterés y resulta una pérdida de tiempo. Yo me pregunté durante mucho tiempo si una persona que trabajaba, estudiaba una carrera y aún así separaba 1 hora de su semana para tomar una clase de música no mostraba el suficiente interés como para dedicarle el tiempo igual que el que prepara un exámen de ingreso a un Conservatorio, incluso si, por su trabajo y estudios, no podía dedicarle más que esa hora semanal. Como muchas veces sucede, esos debates no conducen a nada más que una simple exposición de ideas que no concluyen en nada.
Sin embargo a lo largo de mi experiencia docente lo que sí encontré furon "Alumnos Difíciles", "Casos Especiales". Voy a usar solo 2 ejemplos que me tocaron en diferentes momentos y representaron un gran desafío. Aclaro que usaré nombres de fantasía porque en algún caso continúa tomando clases.
María, 92 años, concurrió a tomar clases luego de sufrir un ACV... Sí leíste bien, 92 años de edad y víctima de un Acciente Cardio Vascular. Su Neurólogo le recomendó a su familia que realizara alguna actividad que hubiera hecho en algún momento de su vida como parte de su rehabilitación y su hija recordó que durante su juventud había tomado clases de piano y amaba la música. ¿Qué podía trabajar yo en ese contexto? ¿Podía enseñarle algo? Tuve que investigar mucho sobre el tema, asesorarme y luego de varios meses puedo contarles que cumplimos casi todos los objetivos, coordinación de manos y dedos (por supuesto hubo que sumarle una artitis avanzada por la edad), estimulación a la memoria, pero el objetivo más preciado era su sonrisa cuando lograba lo que le pedía. ¿Aprendió a tocar el piano? ¡Ese nunca fue el objetivo! Es importante entender que no todos los alumnos tienen el mismo objetivo a alcanzar, pero eso no significa que no avancen.
El segundo caso se trata de José, un niño de 9 años, hipoacúsico. Si bien contaba con el implante coclear que le permitía escuchar, llegó a las primeras clases con grandes dificultades para relacionarse y expresar sus ideas y sentimientos. En este caso el piano funcionó como una herramienta expresiva que le permitió mejorar mucho esos aspectos. Por supuesto el foco nunca estuvo ni en la técnica pianística ni en la confección de un repertorio, sino a través de juegos de improvisación y creatividad, ir desarrollando ideas y expresiones, trabajando todos los estados de ánimo, a través del sonido, que tanto le costaba controlar.
Ambos ejemplos representan a los alumnos más difíciles, los que necesitan al piano para aprender algo más que tocar un instrumento.